JAVIER LÓPEZ DE LERMA
Entrevista realizada el 15 de marzo de 2014 por la historiadora de arte Cristina Herrera,
a Javier López de Lerma, con motivo de la exposición
“El espacio no visible entre lo real y lo imaginario”.
C. H. ¿Cómo y cuando empezaste en la fotografía?
J.L. Comencé a interesarme por la fotografía a través del vídeo. A los 18 años me ofrecieron un empleo de aprendiz en una televisión local como operador de cámara. La composición de la imagen a la hora de narrar una historia con una secuenciación de planos era lo que más me estimulaba. Pero pronto comenzaría a tratar la imagen videográfica como fotográfica y, claro, no podía prolongar un plano-recurso de un reportaje o rueda de prensa más de un minuto, así es que decidí pedirle prestado una cámara réflex a un buen amigo fotógrafo y, lo que descubrí fue todo un prisma de sensaciones visuales… incluso ese olor característico de las cámaras analógicas me parecía sugerente. La ligereza de la cámara fotográfica con respecto a la de vídeo S-VHS de los años 90, que debes incluso cargar un trípode mastodóntico, me abrió todo un mundo de posibilidades logísticas. Podía acercarme al sujeto con más naturalidad. Hacía reportajes sociales con mis amigos y familia. Pronto comenzarían a acostumbrarse a mi presencia con la cámara y sus gestos serían mucho más naturales. Y así llevo desde entonces.
Aunque estoy vinculado a la fotografía dese hace 22 años, curiosamente nunca me dedicaría profesionalmente a ello, ese lado se lo dejé al vídeo, pero sí artísticamente. Y creo que si hoy por hoy todavía me considero fotógrafo, es por no haber tenido que repensar la fotografía para ganar dinero. Todo lo contrario, siempre lo he perdido con ella, pero he ganado mucha satisfacción en cuanto a expresar mi visión personal de las cosas.
C. H. ¿Cómo surgen las series Presencias y Durmientes?
J. L. Aparecieron en un momento en el que estaba editando el material bruto de una trilogía de documentales etnográficos que había filmado en Bolivia, Kenia, República Dominicana y Haití, que terminé por titular Deriva. Viajé a esos lugares como parte de mi investigación doctoral. El caso es que estuve bloqueado en el montaje demasiado tiempo. Hice varias versiones pero no me convencía nada de lo que hacía, así es que decidí ponerme a hacer algo en lo que no tuviera que pensar tan intensamente en la representación de la realidad, gesto altamente motivado por este tipo de género. Así es que me puse a hacer fotos como un acto reflejo de mi intuición. Así comenzó Presencias a desvelarse.
La imagen de un único individuo enfrentado a un abismo siempre me ha parecido una forma muy clara de evocar la soledad y, precisamente, en ese momento así era como yo me sentía. Los recortes de educación comenzaban a ser abusivos y nos manifestábamos en las calles por ello, esa sensación de no tener rostro, de sentirte frente a un horizonte de incertidumbre es lo que terminó por aclarar que iba por buen camino al tratar a mis personajes siempre de espaldas.
C.H. Una vez acabada la serie Presencias, ¿reanudaste el montaje de Deriva?
J.L. Exacto. Durante un año aproximadamente no había vuelto a mirar el material filmado. Ese paréntesis conceptual había funcionado. De repente, un día me vino una idea muy clara sobre cómo debía montar esas imágenes para que el documental funcionara con arreglo a unas pautas que yo me había marcado desde el principio: quería mostrar la forma de vida que llevaban las personas que había filmado con el mayor respeto y dignidad posible, sin hacer del documental un producto sensacionalista. Quería que el espectador entendiera aquella forma de vida sintiendo que estaba allí mientras visionara el documental. Así es que decidí prescindir de toda inserción de entrevistas, música y voz en off. Incluso realicé el montaje en orden cronológico de filmación. Quedé muy contento.
C.H. Y después apareció la serie fotográfica Durmientes.
J.L. Así es. Todavía me quedaban dos documentales por editar y, en vista de los resultados, decidí seguir el mismo procedimiento; comencé a presentir que, claramente, las Presencias debían echarse una siestecita.
Risas…
En realidad, el nacimiento de ambas series tiene mucho que ver con cómo me relaciono con el medio fotográfico, sobre todo cuando me otorgo el lujo de dar rienda suelta a mi imaginación sin la responsabilidad de tener que aportar un discurso intelectual a la obra. Supongo que de ahí lo extraño de ellas, lo surrealista, sobre todo Durmientes.
C.H. ¿Te consideras surrealista?
J. L. No, en absoluto. Aunque sí he de confesar que me siento muy magnetizado por el lenguaje que se extrae del subconsciente. De hecho, la herencia que David Lynch me ha dejado con su filmografía tiene mucho que ver con el punto de vista de Durmientes. Me divierte muchísimo pensar de esta manera. No concibo el arte si no disfrutas trabajando. Para mi, la forma más divertida de hacerlo es creando situaciones inverosímiles, configurando una atmosfera donde la figura del ser humano es crucial para “dar sentido” a aquello que se pretende transmitir. La puesta en escena, aunque sea sencilla, como es el caso de estas series, la considero decisiva para contar la verdad. Ficcionar la realidad puede ser una postura muy acertada para contar las cosas, de manera que el espectador se sienta seducido para desvelar un enigma. Siempre pienso mis fotografías de cara a que quien las vea, pueda sentirse creativo en su proceso de descubrimiento.
C. H. ¿Cómo es tu proceso creativo? ¿Son tus ideas fruto de un estudio previo o surgen naturalmente?
J. L. Es difícil de decir. Cuando me siento creativo, generalmente, cualquier cosa que suceda puede ser susceptible de convertirse en una revelación. Normalmente me dejo llevar por la corriente de lo que pasa a mi alrededor. Estoy alerta ante cualquier mensaje: a una escena que suceda ante mis ojos; a un sonido que aparezca de forma inesperada; a un recuerdo que aflore… Suelo ser muy susceptible cuando estoy en estado meditativo, y para mí este es el único momento en el que me encuentro cómodo para comenzar a escarbar en aquello que sea sobre lo que necesite hablar. Es decir, siempre me siento muy condicionado por el estado emocional en el que me encuentre. El hecho de que tardara tanto tiempo en encontrar una solución al montaje de Deriva, se debió principalmente a que, sencillamente, no me encontraba lo suficientemente meditativo para ello. En este sentido, la realización de las series fotográficas sirvió de proceso creativo para Deriva, a la vez de resolverse a sí mismas como un estado de concentración. Por eso es que, tras esta experiencia, pienso el proceso del arte como meditación en mayor medida que como creación.
C. H. Es interesante como, al hablar sobre tu trabajo fotográfico, parece que necesariamente tienes que vincularlo con el filmográfico, como si necesitaras referenciarlo constantemente.
J. L. Sí. Sobre todo las fotografías de esta muestra, que podríamos pensarlas como una ramificación de Deriva. De cualquier manera, no suelo hacer diferenciación entre ambos medios. Cuando filmo tiendo a pensar la imagen en cuanto al potencial de su composición, me hipnotiza ver como pasa el tiempo en un plano inmóvil o muy lento, y por eso el cuadro que se haya elegido para tratar el tiempo es muy importante. Tiendo a pensar la imagen fílmica de igual manera que la fotográfica, supongo que por eso referencio ambas constantemente. Asimilo ambos medios como uno solo.
C. H. ¿Te documentas?
J. L. Claro, es muy importante hacerlo, de lo contrario en vez de viajar por una autopista señalizada, lo estaría haciendo por un circuito de velocidad cerrado hacia ningún lugar. Me documento, pero no inmediatamente. Para mí lo importante es saber cuando debe llegar ese momento, si anteponer ese proceso de extracción ideas y saber lo que ya se ha hecho, o dejarlo para después. Yo me siento muy cómodo comenzando a trabajar dejándome llevar por la intuición. Me gusta, a priori, dar rienda suelta a esa parte extravagante que brota de lo irracional, ante todo debes ser tu mismo y no dejarte influenciar en exceso por los antecedentes. A mi me gusta hacerlo una vez haya depositado en el proceso de creación esa esencia disparatada de mi mismo que la hace única, porque cualquier individuo es único por naturaleza. Dejo que vaya cogiendo forma de esta manera espontánea hasta que considero que ha llegado el momento de abordarlo intelectualmente. Es como un artesano con su vasija de barro: primero se la imagina, la visualiza en su mente, después coloca un pedazo de arcilla disforme en el torno y poco a poco va esculpiéndola con sus propias manos hasta que ha adquirido la forma bruta que había visualizado al principio. Finalmente la decora.
No entiendo el arte si no es sincero. Jamás podrá existir una obra con verdadero carisma si no se le ha aplicado un ápice de locura. Es mi opinión.
C. H. ¿Por qué son las tres series tan distintas? No has seguido unos patrones lógicos de repetición.
J.L. Entiendo que las tres series parecen muy diferentes, que cada una pueda pertenecer de forma individual a su propia colección, pero lo que principalmente pretendo mostrar en esta exposición es un conjunto de imágenes que debido a su metodología de creación, las concibo como una ejemplificación del arte como modelo de meditación. De esta manera, lo que une a las tres series es su método de creación: pensar en el concepto de deriva.
Cuando filmaba la trilogía de documentales comencé a reflexionar sobre la idea de ir a la deriva, porque así veía la vida en aquellos países, que por azar un individuo nace en un punto concreto del planeta y su vida queda condicionada a las reglas que se rijan en ese lugar –aunque enseguida me di cuenta de que, en verdad, todos vamos sin rumbo fijo, no importa la forma de vida que llevemos-. Ese cruce entre azar y deriva me obsesiona porque no consigo comprenderlo. También sucede a menor escala; ¿a quién no le ha pasado estar pensando en alguien conocido sobre quien no sabe nada en mucho tiempo, y de repente le llama por teléfono o lee algo de él/ella en la prensa? Ese cruce me parece tan maravilloso e incomprensible que, al sentirme impotente por la incomprensión, lo mejor que puedo hacer es representarlo en mi obra.
Por lo tanto, volviendo a tu pregunta, además de la metodología, lo que une a cada serie es la puesta en escena de formas diferentes de encontrar el cruce entre azar y deriva, llamémosle: la casualidad.
C. H. La fotografía La Colada, ha sido acogida como obra permanente por el Museo de Arte Contemporáneo de Antonio Pérez de Cuenca, ¿cuáles son tus impresiones por tener una obra tan joven en un museo?
J. L. Un orgullo enorme. Jamás me habría imaginado que, tras la segunda muestra de la itinerancia, se iba a quedar alojada para siempre en la colección de Antonio Pérez. Además, ese museo es fantástico. Me conmueve pensar que mi obra comparte espacio con grandes genios como Millares, Lucebert, Antonio Saura, Equipo Crónica, o el mismo Antonio Pérez.
La Colada es una fotografía que parece tener vida propia y que está funcionando como el anuncio de un hecho futuro, de cosas que han ocurrido en mi vida privada. Situaciones que sucedieron durante su producción y edición, y ahora su permanencia en el museo, me esclarece una lectura de ella muy premonitoria. Es, sin duda, mi fotografía más personal.
C. H. Cuéntame acerca de tus inspiraciones o influencias.
J. L. Siempre me ha resultado muy difícil hablar de mi obra, además de que no me parece buena idea aportar un exceso de información. Los principales antecedentes de estas series fotográficas, creo que ya venían dados por defecto. Pensé que era un buen momento para intentar renovar mi fotografía, y para ello, aunque parezca incongruente, decidí retroceder al pasado, a aquellos primeros autores que me marcaron de forma muy especial: Andrei Tarkovsky fue uno de ellos. Es conmovedor como relaciona la naturaleza con el ser humano, el tratamiento que le otorga a esta como elemento omnipresente… casi parece tener conciencia. De ahí la idea de postrar a personas ante un horizonte que les hipnotiza… parece formarse un enlace entre ambos que trasciende lo material, por eso decidí, a posteriori, realizar también presencias en interiores, para descubrir un paisaje oculto, ese que necesitamos avistar al otro lado de la conciencia.
Anteriormente he mencionado a David Lynch; él es otro de los autores que conforman las influencias del pasado. He pensado mucho en el lenguaje oculto del subconsciente, en esa capacidad intuitiva de resolución de problemas; ¿quién no ha tenido un sueño revelador donde ha resuelto esa ecuación que se resistía? Si piensas un poco en ambos directores, aunque parezcan muy distintos, ambos se dejan llevar por una corriente mística hacia un horizonte imperceptible que, puede ser, en Lynch; lo más recóndito de nuestros deseos y, en Tarkovsky; lo más insólito de nosotros mismos como seres complejos. Por ese motivo, los personajes de la serie Presencias parecen sentirse llamados hacia algún lugar y descubrir una revelación; inmóviles e inexpresivos, sin personalidad ni rostro, absorbidos por una fuerza mayor, como la zona en “Stalker”.
Cuando miro las imágenes (Presencias), me gusta pensar que se forma una comunión: el personaje de espaldas atraído por un enigma oculto, y el espectador que mira la imagen, intentando resolver el mismo enigma, esta vez emitido por la propia obra.
Me ha apetecido mucho retroceder al pasado para liberar la mente –que se ralentiza como un disco duro cuando está lleno de datos y necesita formatearse- y ahondar en aquellas cosas que me hacían vibrar cuando comencé a estudiar arte, para sentirme nuevo, renovado, y disfrutar mucho con el trabajo. Visto así, me parece interesante haber dado marcha atrás para poder continuar hacia adelante. Cito a Albert Cruells:
“Evolucionar hacia la infancia es de las pocas cosas sensatas que se puede hacer. Es el único lugar donde se está bien, mientras tu cuerpo se aleja de ella.”
C. H. ¿Comparas tu fotografía con otras formas de arte?
J.L. Por supuesto. De hecho, cuando me preguntan por lo que hago con mi obra, me resulta muy difícil hablar concretamente de lo que compete a la fotografía y/o al cine documental, siempre tiendo a globalizar el discurso hablando de arte. Esto es así porque cuando trabajo en el desarrollo de mi obra, no pienso en un lenguaje fotográfico o cinematográfico, sino en esa escritura que es común a todas las formas de arte -aunque es evidente que mi “ojo” es definitivamente fotográfico-. Es decir, si yo pudiera pintar, quizás hubiera desarrollado la serie Presencias pintando al óleo; si pudiera interpretar, quizás hubiera organizado distintos performances con la serie Durmientes y con La Colada. Tiendo a sentirme más atraído por la necesidad de buscar un tipo de escritura común a todas las artes, que a hacerlo con una concreción fotográfica o audiovisual. Este es el motivo por el cual tardo tanto tiempo en acabar un proyecto: mi mente y emociones circulan más rápido que mi capacidad de trabajo y, no puedo continuar si mi estado emocional no es el idóneo. Lo que hago es comenzar otro proyecto que se adapte al nuevo estado, y así es como termino siempre llevando varios proyectos paralelos. Con el tiempo los acabo, o terminan por convertirse en un work in progress permanente.
Risas…
Por otro lado, hay formas de arte que siempre las tengo muy en mente cuando trabajo: el Performance es una disciplina que la asocio en gran medida con mi relación con la fotografía. Pienso que el acto de fotografiar tiene un potencial escénico muy interesante, a veces puede ser tan sugerente como la obra propia ver como interacciona el fotógrafo con el espacio, como moldea el motivo con la luz, como se relaciona con los sujetos, como estudia los elementos que conforman la composición… es transformar la creación del arte en un ritual, como los míticos Chris Burden, Marina Abramobic, Carolee Scheeman, Rebeca Horn… Creo que muchos fotógrafos importantes cuya obra explora la relación espacio-individuo pueden verlo así: Shindy Sherman, Gregory Crewson, Jeff Wall, Andreas Gursky, Thomas Struth, etc.
C. H. Háblame de cómo eliges tus temas y cuando decides aplicarlos a la fotografía o al documental.
J.L. Los temas me vienen impuestos por defecto. Como he dicho antes, soy muy susceptible a lo que me va ocurriendo en el día a día, y nunca pienso en que debo tratar un tema por obligación, sino que van llegando según las circunstancias. Me he propuesto a mi mismo asimilar la creación artística como una obligación para el disfrute por el arte, y no como una imposición que demande la tendencia de ese momento.
Yo creo que allí donde no llega la ciencia entra el arte y la filosofía, y de la fórmula de estas tres pociones nos va llegando el conocimiento. Hoy por hoy estas tres fuentes de conocimiento han tratado ya todo lo más importante que nos pueda concernir. Por lo tanto, pienso que no hay que buscar el “qué” sino el “cómo”, es decir; buscar el modo más personal de contar las cosas. En mi caso, solo me siento a gusto tratando el cine si es documental, y la fotografía si es ficción. Ambos géneros por separado. Admiro muchísimo a los autores que pueden tejer un entramado en su obra donde existan ambas formas de representar la realidad, sin que ninguna de ellas se revele claramente, tal es el caso del cineasta José Luis Guerín que se columpia de la realidad a la ficción con gran sutileza.
Por lo tanto, una vez ha llegado el tema, siempre sé claramente con qué medio tratarlo. Con Deriva necesitaba que el espectador se sintiera lo más próximo posible a los entornos y a las personas que trata, y por eso debía orquestar sonidos e imágenes para formar una atmosfera concreta. Los sonidos debían ser los mismos que la cámara recogiera del ambiente, y las imágenes debían ser filmadas para dar fe de un hecho. La fotografía, por el contrario, hubiera evocado el tema, yo buscaba ser mucho más directo.
Me gusta decir que Deriva es un "ensayo documental" a propósito de su montaje, ya que carece de una estructura formal en pro de ser lo más objetivo posible, sin dejar de intentar redescubrir el medio como una forma de arte: hablo del cine documental etnográfico.
C.H. ¿Porqué no has incluido tus ensayos documentales en esta exposición? ¿Cuándo lo podremos ver?
J.L. No he incluido Deriva en esta muestra porque, aunque las series de fotografía están motivadas por ello, el tema y el tratamiento de la imagen son muy diferentes y puede despistar enormemente al espectador. Prefiero hablar de ello como si se tratara de un enigma y esperar al mejor momento para mostrarlo. De hecho, tiendo a demorar el estreno porque me siento muy susceptible a la hora de pensar en el espectador, si se sentirá receptivo con el visionado, o por el contrario, se levantará a los cinco minutos por aburrimiento. Se trata de un material muy duro de digerir en una sala, y eso me lleva a replantearme una y otra vez cual es el mejor modo de exposición; si proyectarlos en una sala de cine con horarios de pase, o plantearme una instalación artística. De hecho, está previsto que se haga un estreno en la sala Cuevas de Hércules de Toledo en septiembre de 2014.
C.H. ¿Cuál ha sido la mejor crítica o comentario que has escuchado de tu exposición?
J.L. Mientras colgaba las fotos en la sala de exposiciones de la Escuela de Arte de Cuenca, pasaron a la sala las señoras de la limpieza, y me preguntaron si las podían ver. Mientras me daban su opinión miraban a “Durmiente #1”, la del pescadero. Me dijeron:
“Mira Javier, yo no entiendo de arte pero, al mirar las imágenes, me entra un “no sé qué” que me atrapa”. Para mí, ese tipo de interacción con el arte es el verdadero, porque es capaz de comunicarse contigo más allá del conocimiento. Ellas se estaban sintiendo emocionadas y no sabían explicar por qué. Pienso que cuando una obra funciona sobran las palabras. Me siento muy conmovido por la opinión que me dieron.
C. H. ¿En qué estás trabajando ahora?
J. L. Estoy pensando en una idea muy loca que consiste en experimentar con el lenguaje escrito a través de intervenir en la naturaleza. No hace mucho decidí enviar una carta por correo ordinario y, mientras lo hacía, pensaba que dónde había quedado ese lado mágico y poético que entraña el hecho; es como un ritual. Basamos nuestra comunicación principalmente en los chats, sobre todo en el watssap, y ya incluso casi ni nos llamamos por teléfono. Esto me parece muy superficial, y creo que nos estamos distanciando de lo esencial en la comunicación que, a mi modo de ver, es el contacto físico. Parece que estamos más conectados pero, en definitiva, creo que el uso excesivo de la tecnología nos aliena. Estamos en un momento en el que el acto de escribir a mano se ha convertido en un gesto artístico.
La relación que establece la naturaleza con el lenguaje escrito vuelve a tener presente la deriva como vehículo. Después de enviar aquella carta, sentí la necesidad de seguir hablando con esa persona y decidí escribirle notas en pequeñas hojas de papel y tirarlas a un río, para que la corriente se encargue de la travesía de su destino. Lógicamente, en primera instancia se trata de un monólogo, o de un soliloquio, porque no obtengo respuesta alguna. Pero finalmente el diálogo acaba por establecerse porque a mí me sirve de terapia, de meditación.
Estoy organizado un viaje que comience en el nacimiento del río Júcar y acabe donde muere. Aquí finalizará mi intervención con el agua. Después tengo algunas ideas para el árbol.


